¡Pero por qué han de llorar
los que nunca te leyeren
ó que indiferentes fueren
en libro tan ejemplar?
E. Sujo
El Príncipe de los ingenios españoles, cuyo nombre es la admiración de todos, durante su larga y agitada existencia residió mas de doce años en nuestra ciudad, visitando la mayor parte de los pueblos de la provincia, teniendo ocasión de estudiar sus costumbres, caracteres y principales rasgos, como lo demostró luego en diversos pasajes de sus inmortales escritos.
Vino Cervantes a Andalucía poco antes del año 1588, cuando, después de haber compuesto sin resultados prácticos algunas obras para el teatro, solicitó y obtuvo un destino de Comisario de los proveedores de galeras D. Antonio de Guevara y don Pedro Insusa; y continuó en su empleo hasta el 1596, en que presentó con toda exactitud, según el erudito Navarrete, sus cuentas y las de los ayudantes que le acompañaban.
Empleose también en otras comisiones; y como, a más de la anterior, obtuvo la de Recaudador de los tercios y alcabalas, que le dio Felipe II, y la persona a quien llevó ciertas cantidades recaudadas para que las llevase a la corte se fugó de España, hubo una serie de incidentes que sería prolijo contar, y que dieron por resultado la prisión de Cervantes en la Cárcel de Sevilla, donde algunos escritores suponen que dio comienzo al Ingenioso Hidalgo, sin que existan pruebas suficientes para creerlo así.
Salió Cervantes de la prisión en Diciembre de 1597, después de haber hecho al Rey presente, por documentos, su deseo de pasar a la corte, donde aclararía sus cuentas, y una vez en libertad ignóranse los sucesos que ocurrirían; pero es lo cierto que el autor insigne del Quijote siguió viviendo en nuestra ciudad todo el año de 1598, en situación no muy desahogada por cierto.
Ocupose luego en negocios y diligencias que le encomendaron D. Hernando de Toledo y algunas personas de posición, saliendo de Sevilla por último a fines de 1602, dirigiéndose a Valladolid, donde se encontraba su familia, aunque también suponen algunos biógrafos que se detuvo en la Mancha y en el pueblo de Argamasilla, en cuyo punto fue preso y encerrado en la casa del Alcalde Medrano.
Por los datos anteriores se ve el tiempo que Cervantes residió en nuestra capital, y las diversas ocupaciones que ejerció; mas como nada hemos dicho hasta ahora de sus trabajos literarios de entonces ni de algunas particularidades curiosas, vamos a hacerlo en el menor espacio posible.
En los ratos que le dejaban libres sus cuentas y enojosas comisiones Cervantes frecuentaba el trato de los muchos varones ilustres que vivían en Sevilla, y los cuales habían hecho que nuestra población fuese centro de cultura, ya que era emporio del comercio y riquezas del Nuevo Mundo.
El divino Herrera, D. Juan de Jáuregui y el pintor Pacheco fueron grandes amigos de Cervantes, quien concurrió más de una vez a la famosa Academia de que en otro lugar nos ocuparemos, y en la que vinieron a juntarse hombres tan sabios y dotados de ingenio.
En Sevilla escribió Cervantes varias de sus novelas, entre las que se cuentan Rinconete y Cortadillo, Coloquio de los perros, El celoso extremeño, La tía fingida y El curioso impertinente; aquí compuso la poesía que se premió en el certamen de Zaragoza cuando la canonización de S. Jacinto, el soneto a la muerte de Herrera y el conocidísimo al túmulo levantado en la Catedral para las honras de Felipe II; aquí recogió muchos apuntes, que utilizó más tarde, y entabló por último conocimiento con muchas personas que habían de servirle para tipos de sus admirables creaciones.
En el convento de Santa Paula de nuestra ciudad estuvo la hermosa Isabela de La española inglesa, y cuenta la tradición que Cervantes pasaba largos ratos en la torre de San Marcos, desde cuyo punto solía ver en el jardín del convento a la linda muchacha, cuya casa estaba frente a la puerta del Compás.
Para terminar, diremos que el Príncipe de nuestros ingenios solía pasear con frecuencia por los antiguos portales de la plaza de San Francisco, donde era muy conocido de todos los que a aquel punto céntrico de la ciudad concurrían.
Habitó, según parece, tres casas en Sevilla: una próxima a Santa Paula; otra en la calle Alfolí de la Sal, y la última en la feligresía de San Isidoro; siendo de lamentar que nadie se haya ocupado en hacer algunas averiguaciones para señalar cuáles fueron estos edificios, que merecían ser adornados con alguna lápida conmemorativa.
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