Las injurias del tiempo y de los hombres han ido paulatinamente destruyendo en esta ciudad las memorias de los monumentos construidos durante la dominación de los Atanagildos y Recaredos, y de aquellas suntuosas fábricas, así sagradas como profanas de que hace mención particularmente el docto y santo Isidoro en el inmortal libro de las Etimologías, como de otras que ha dado a conocer la diligencia y estudio de antiguos y modernos escritores, nada resta al presente que sea robusto testimonio de su pasado esplendor y magnificencia. No es posible dudar de la importancia de que gozó Sevilla en aquellos tiempos, pues que, según el decir de los árabes, era la mayor y más importante ciudad de España, notabilísima por sus monumentos, y además consta por las actas del primer Concilio hispalense que éste se celebró en la iglesia Sancta Hierusalem, la cual sería eminente basílica, fiel trasunto de las ya construidas en Bizancio. Datos irrecusables tenemos hoy para afirmar también la existencia de cenobios y templos que se levantaron durante ese período histórico, pero de todos no queda más que la memoria.
Esparcidos por esta ciudad, vense aislados miembros arquitectónicos, restos esculturales y algunos monumentos epigráficos, todos valiosos en alto grado para el estudio del estilo latino-bizantino. En ellos muéstrase evidentemente la unión de estos dos caracteres artísticos, ya por su forma y proporciones, como por sus rasgos decorativos, que ostentan, ora el sencillo funículo, ora las elegantes palmas, zig-zags, círculos enlazados y mil pormenores que los distinguen y señalan, muy especialmente, de los demás diversos géneros de construir. La postración y decadencia en que se vio sumido el arte romano en los tiempos de Constantino; la división de los dos imperios que formaron lazo entre el Oriente y Occidente; las intimas relaciones que, a consecuencia de estos hechos, los unieron, todo ello contribuyó considerablemente a que una vez confundidas las dos civilizaciones, latina y bizantina, se produjese el maravilloso templo de Santa Sofía, que ha inmortalizado los nombres de Isidoro de Mileto y Antemio de Tralles, y durante el reinado de Justiniano el baptisterio de San Juan y San Vital, preciosísimas muestras de este estilo que vemos reflejado más tarde en los monumentos españoles de la monarquía visigoda. Pórfidos y malaquitas, polícromos mosaicos, brillantes combinaciones de fosei-fesá, y, finalmente, los más peregrinos adornos revisten los muros de aquellas ostentosas fábricas, apareciendo una nueva manifestación arquitectónica, cuyo conjunto ofrece particular y propio carácter que los distingue de los géneros hasta entonces empleados.
Toledo y Mérida poseen todavía copioso número de fragmentos, que reproducidos por la singular diligencia del señor don Manuel Assas los referentes a la primera de las citadas poblaciones, e ilustrados los de la segunda por la docta pluma del señor don José Amador de los Ríos, han venido a conocerse, merced a tan notables trabajos, las reliquias latino-bizantinas conservadas al presente, y cuya ordenada clasificación ignoraron los arqueólogos de anteriores centurias. Entre los restos arquitectónicos más notables existentes en esta ciudad, citaremos muchos de los capiteles que sostienen las tablas verticales de atahurique axaracado del gran alminar, la Giralda, por .la parte que mira al Patio de los Naranjos, como asimismo los que sustentan la arquería horizontal que remata la soberbia fábrica, entre los que se advierten muchos cuya traza y ornatos son análogos a los conservados en Toledo en el Hospital de Santa Cruz y en muchos de los monumentos asturianos. En el vestíbulo del Alcázar del Rey Justiciero se ven tres, distinguiéndose el adosado al muro, a la izquierda de la puerta de entrada.
Colocados en los portales de la plaza de San Francisco y calle del Gran Capitán los hay también dignos de estudio, por presentar variantes muy estimables y notarse en muchos de ellos perdida casi por completo la tradición romana. Recomendamos a los amantes de las antigüedades los que existen en el patio del Asilo de Mendicidad y en la casa que forma ángulo con las calles de Chapineros y Escobas. Podríamos citar muchos más, pero basta con los enumerados, que forman variada y rica colección en que el arqueólogo hallará ancho campo para muy útiles disquisiciones. No debemos omitir en esta ligerísima ojeada sobre el arte visigodo, los interesantes monumentos epigráficos conservados en la Biblioteca Colombina y en el antiguo monasterio de la Cartuja. Sabido es de todos el error en que muy doctos historiadores incurrieron, señalando como el lugar del martirio del Santo Hermenegildo el torreón más inmediato situado en la puerta de Córdoba de esta ciudad. El hallazgo de esta lápida, y después su interpretación por el erudito académico don Francisco Lasso de la Vega, han venido a poner de manifiesto el falso concepto de aquéllos, probando evidentemente que el hijo de Leovigildo murió en Alicante. Por último, mencionaremos la gran taza de fuente que se ve en el Patio de los Naranjos de nuestra Iglesia Metropolitana, digna de que se la aplicase a otros usos en que no fuera tan maltratada, ya que tan escasos restos han podido salvarse de la destrucción en esta capital.
No concluiremos sin recomendar a los amantes a estos estudios los fragmentos cerámicos, así como también algunas esculturas en piedra y miembros arquitectónicos y decorativos que se custodian en nuestro Museo Arqueológico. Esperamos del patriotismo y desinterés de los poseedores de aquellas fincas en que se hallan enclavados algunos de los referidos capiteles, los donarán al citado Establecimiento cuando haya para ello favorable ocasión, salvándolos por tal medio de una lamentable pérdida.
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